‘La consciencia del abandono’, por Antonio Maestre

¿Qué te preocupa para el próximo año, para la próxima década? Fue la pregunta que me hicieron en La Marea para desarrollar este artículo. Yo, consciente en mi pesimismo existencial casi nihilista de que la humanidad se terminará por la llegada de una bacteria resistente a los antibióticos o por la toma del poder por parte de un organismo dirigido por una inteligencia artificial, tengo un miedo más mundano. El de la consciencia del abandono en los últimos años de nuestra existencia. En la ausencia de una vejez digna. Es un miedo concreto y verificable, una preocupación sincera que no es necesario teorizar ni plantearse como fruto de una distopía porque ocurre ahora mismo.

Ese desamparo ocurre mientras estoy escribiendo, y también cuando llegue a tus ojos de lectora. No existe un derecho social que fije que una persona anciana tiene que ser cuidada independientemente de sus recursos. Hoy su bienestar lo marca el capital. Su cuidado futuro, en su vejez, la calidad de ese cuidado, la marcará la abnegación de su familia o los recursos que haya podido amasar durante su vida productiva.

La sociedad ha asumido con normalidad que los viejos no se quejan cuando entran en la fase que marca la esperanza de vida con buena salud y que por ello es asumible que los últimos años de su vida se conviertan en un penar de recuerdos sobre su pasada vitalidad en un cuerpo incapaz. No existe el derecho a una vejez digna, a una recta final de caricias, comprensión y decencia existencial. A cambio, hemos otorgado el derecho a una muerte digna, sin pensar en que es prioritario tratar con humanidad mientras aún se vive. Un derecho necesario que oculta lo poco que nos importan las personas mayores hasta que piden dejar este mundo. La pandemia ha sido un recordatorio infame de que nuestra sociedad tiene pudrideros de mano de obra rota que llamamos residencias de ancianos.

Duele tremendamente saber que un texto como este, que habla del cuidado de la gente mayor, no interesará a nadie. Lo sé porque he escrito otros sobre este tema y he identificado cómo miramos para otro lado cuando se trata de mirar a nuestro propio futuro y el presente de los viejos, inútiles y sucios, que aparcamos en lugares apartados de nuestra vida, a veces hasta alejados físicamente de ella para otorgarnos mediante la distancia la excusa de nuestra ceguera. Cuanto más lejos esté la residencia, más en las afueras, más nos impedirá la urgencia de la vida propia gastar nuestro tiempo en atender a los que nos precedieron dándonos lo poco que tenemos.

Tengo miedo a la consciencia del abandono. El que damos a nuestros mayores y que sufriremos cuando lleguemos a esa edad. Para el año 2023 y para los años venideros, porque se agravará con el paso del tiempo. Más miedo da el hecho de que no cambiaremos nada y no pondremos en nuestra propia vida como prioridad el derecho a existir también en nuestro crepúsculo.

Una sociedad cada vez más individualista nos hace prestar atención solo a los problemas que tenemos en el hoy, en el presente, los que tenemos nosotros. No hay empatía y preocupación de manera generalizada por la situación de los que viven en condiciones de soledad y apatía en residencias deshumanizadoras. Cuidar de nuestros ancianos, no pido más para el nuevo año. Y para la próxima década.

https://www.lamarea.com/2023/01/24/la-consciencia-del-abandono/

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